11/27/2025
Radio La Trompeta Final.
Les Presenta.
¿LA VIRGEN MARÍA MURIÓ O NO MURIÓ?
Muchos católicos han creído durante siglos que la Virgen María no murió como las demás criaturas. Que, al llegar la hora de su partida de este mundo, se quedó dormida, como en un sueño profundo, y así fue llevada en cuerpo y alma al cielo por Dios. Y que, por lo tanto, su cuerpo no había sufrido la corrupción que normalmente experimenta todo cadáver. Esta creencia se formó a partir de tres pasajes de las Sagradas Escrituras, en los cuales expresamente se dice que la muerte entró en el mundo por culpa del pecado de Adán y Eva. Estos pasajes se encuentran en el libro del Génesis (cap. 3), en el de la Sabiduría (2, 23-24), y en algunas cartas de Pablo (Rom 5, 12; 1 Cor 15, 21).
Si esto es así, decían, entonces, antes de que se cometiera aquel pecado, los hombres eran todos inmortales, y gozaban en el Paraíso de inmunidad ante el dolor, la enfermedad y
la vejez. Ahora bien, los hombres perdieron la inmortalidad
con el pecado. Pero la Virgen María, al ser la única criatura en
el mundo que nunca cometió pecado, no debía morir. Y por
eso, concluían, debió pasar directamente de la vida terrena a
la vida eterna.
El silencio del Papa
Esta opinión dividió a los estudiosos católicos durante
mucho tiempo, ya que otros creían expresamente que la Madre de Dios sí había mu**to, pues esa es la condición normal
de todo ser humano.
Cuando en 1950 el papa Pío XII declaró el dogma de la
“Asunción de María”, es decir, que María fue llevada por
Dios en cuerpo y alma a los cielos, hubo gran expectativa
entre los teólogos pues pensaron que aclararía también la
cuestión de su muerte. Sin embargo, en esa oportunidad, el
Pontífice dijo: “Declaramos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, terminado el curso de
su vida en la Tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria
del cielo”. Con lo cual dejó el problema sin resolver, pues no
explicó si fue llevada después de morir, o sin que hubiera
mu**to.
Fue finalmente Juan Pablo II quien, en 1997, en una de
sus acostumbradas catequesis semanales, se pronunció sobre
esta controversia teológica manifestando que la Madre de Jesús sí murió, y que, por lo tanto, debió experimentar en
su propia carne el drama de la muerte, como toda criatura
humana.
En contra de la tradición
El Papa justificó su afirmación por tres motivos.
El primero, porque toda la tradición de la Iglesia ha sostenido siempre que María fue llevada al cielo después de morir.
En efecto, desde los primeros siglos cristianos, encontramos a figuras de renombre como san Epifanio (= 403), san
Ambrosio (= 397), san Jerónimo (= 420), san Agustín (=
430), san Juan Damasceno (= 749), san Anselmo (= 1109),
santo Tomás de Aquino (= 1274), san Alberto Magno (=
1280), san Bernardino de Sena (= 1444), y una larguísima
lista de escritores eclesiásticos, que sostienen, de una manera
clara y terminante, la muerte de la Virgen. Sólo a partir del
siglo XvI1, comienza a aparecer la opinión de la inmortalidad
corporal de María. Por eso, quienes sostienen que la Virgen
no habría mu**to se oponen a la tradición de la Iglesia.
En segundo lugar, porque pensar que la Virgen no murió
es otorgarle un privilegio que la colocaría por encima de su
propio Hijo, ya que Jesucristo tampoco tuvo pecado y, sin
embargo, murió. ¿Cómo, pues, no va a morir María?
En tercer lugar, porque para resucitar es necesario antes
morir. Sin la muerte previa es imposible la resurrección. Ahora bien, si María no hubiera mu**to ¿cómo habría podido resucitar? ¿Cómo habría podido ir al encuentro de su Hijo y de todos los santos que primero murieron y luego resucitaron?
Una biología inalterable
Por todo ello, María de Nazaret, concluye el Papa, sí murió a pesar de no haber tenido pecado.
Pero aclarado esto, debemos ahora replantearnos la cues-
tión de la cual derivó toda esta contienda. Si Adán y Eva tam-
poco hubieran pecado, al igual que María, ¿habrían sido en
verdad inmortales? ¿En el Paraíso, la humanidad vivía libre
del drama de la muerte, antes del pecado original?
Hoy los exégetas sostienen que no. Que la muerte hubiera existido de todos modos, con pecado o sin él. Que aquella primera falta cometida por Adán y Eva no alteró para nada
la biología del reino vegetal, animal y humano. Y que toda
esta creencia en la inmortalidad humana se debió a una interpretación literalita, y por lo mismo errónea, de los textos bíblicos mencionados anteriormente.
En efecto, si ahora los analizamos con cuidado, veremos
que en ningún momento afirman semejante idea.
El primero está en el capítulo 3 del Génesis. Allí se relata
cómo cuando Dios creó a Adán y Eva los puso en el Paraíso
Terrenal con una prohibición: no comer del árbol de la ciencia
del bien y del mal plantado en medio del jardín. Sin embargo
ellos, tentados por la serpiente, desoyeron las órdenes de Dios y
tomaron el fruto. Entonces Dios al comprobar la desobediencia
les asignó una serie de castigos, empezando por la serpiente,
siguiendo por la mujer y terminando con el hombre (3, 1-19).
La pena de muerte de Dios
Si analizamos los castigos impuestos por Dios veremos
que todos están enunciados de la misma manera, es decir, en
forma imperativa, propia de quien imparte una orden.
Así, a la serpiente le dice: a) serás maldita entre los ani-
males; b) caminarás sobre tu vientre; c) comerás polvo; d)
serás enemiga de la mujer (v.14-15).
A la mujer le dice: a) aumentaré tu sufrimiento en tus
embarazos; b) con dolor parirás los hijos; c) hacia tu marido
irá tu apetencia; d) él te dominará (v.16).
Y al hombre le dice: a) maldita será la tierra por tu culpa;
b) sacarás de ella tu alimento con gran trabajo; c) el suelo te
producirá espinas y abrojos; d) comerás la hierba del campo;
e) comerás el pan con el sudor de tu frente (v.17-19).
Después de todo esto, Dios añade al final: Hasta que vuelvas al polvo de donde fuiste sacado, pues eres polvo y en polvo te
convertirás. Como podemos ver, esta frase hasta que vuelvas al
polvo no forma parte de los castigos impuestos por Dios. Es
una simple información que él le da a Adán sobre cuánto tiempo tendrá que sufrir esos males: hasta que vuelva al polvo, es
decir, hasta que le llegue la muerte, que se la da por sobreentendida. Por lo tanto, en Gn 3 la muerte no es un castigo
impuesto por Dios, sino que es algo que se presupone. El au-
tor sagrado, con esta expresión, entiende que, antes del peca-
do, la muerte ya era el fin del hombre, y que los nuevos castigos se deberán sufrir hasta que sobrevenga esa muerte.
El día que nunca llegó
Si la frase hasta que vuelvas al polvo... fuera la condena de
muerte a Adán, como piensan algunos, llegaríamos a una con-
clusión verdaderamente absurda. Porque como, en la menta-
lidad del autor, la lista de males corresponde a lo que le tocará
vivir a cada uno de los castigados a partir de entonces, habría
que concluir que sólo Adán tendría que haber mu**to, mien-
tras Eva tendría que haber permanecido inmortal, pues a ella
no se le impuso la orden de volver al polvo. Lo cual es ridícu-
lo. Por lo cual debemos deducir que, en el relato, la muerte
biológica se sobreentiende para ambos.
Pero un segundo detalle nos demuestra que en el Génesis
la muerte biológica no es un castigo provocado por el pecado.
Cuando Dios le prohibe a Adán comer el fruto, le dice: De cualquier árbol del jardín puedes comer, pero del árbol de la ciencia del
bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él morirás sin remedio (2, 17). Ahora bien, Dios le advierte que “el día” que
coma del fruto morirá. Pero Adán comió el fruto y no murió ese
día, ni el siguiente, ni el posterior, sino que siguió viviendo. ¿Qué
pasó? ¿Cómo Dios pudo dejar de cumplir una promesa tan grave y seria como la que había hecho? Evidentemente para el
autor del Génesis no era la muerte biológica la que debía venir
“el día” que Adán pecara. ¿A cuál muerte se refería, entonces?
La envidia del Diablo
El segundo texto bíblico que menciona a la muerte como
consecuencia del pecado está en el libro de la Sabiduría, y
dice: Dios creó al hombre para la inmortalidad. Lo hizo a imagen
de su propia naturaleza. Pero por envidia del Diablo entró la muer-
te en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen (2, 23-24).
Aquí también es indudable que la “muerte” que entró en
el mundo por envidia del Diablo no puede ser la muerte física.
Porque aclara que la experimentan los que le pertenecen [al Dia-
blo], es decir, los pecadores. Y, en cambio, vemos que a la
muerte física la experimenta todo el mundo: santos y pecado-
res, buenos y malos, justos e injustos. Por ello, la muerte de la
que habla el libro de la Sabiduría no es la corporal. ¿Cuál es la
muerte que entró en el mundo por envidia del Diablo?
Adán y Jesucristo
La tercera vez que encontramos esta idea es en las cartas
de san Pablo. Escribiendo a los romanos, el Apóstol les dice:
Por un solo hombre entró el pecado en el mundo. Y por el pecado
entró la muerte. Y así, la muerte alcanzó a todos los hombres, por-
que todos pecaron (5, 12).
Más adelante, reitera en la misma carta: Y así como el
pecado de uno solo [Adán] trajo sobre todos los hombres la conde-
na, así también la justicia de uno solo [Jesucristo] trajo a todos los
hombres la justificación que da la vida (5, 18).
Como vemos, Pablo establece una comparación entre
Adán (el primer hombre de toda la humanidad), y Cristo (el
primer hombre de la nueva humanidad). Y afirma que, si bien
la muerte entró en el mundo a través del pecado de Adán,
Cristo vino a reparar esa tragedia trayendo el perdón y la nue-
va vida.
Ahora bien, ¿cuál es la nueva vida que trajo Jesucristo al
mundo para reparar la perdida por Adán? No es, por supues-
to, una nueva vida biológica. Los hombres no tienen un mejor
funcionamiento físico gracias a la venida de Jesucristo. Entonces, tampoco fue una muerte biológica la provocada por el
pecado de Adán.
Para la Biblia, lo más natural
Estas son las únicas veces en que la Biblia sostiene que la
muerte entró en el mundo por el pecado. Y como vimos, en
ninguna de ellas se refiere a la muerte biológica. Por eso, hoy
los biblistas ya no aceptan la idea de la inmortalidad corporal
antes del pecado original.
Más aún. Si analizamos las otras veces que en la Biblia se
habla de la muerte, se sobreentiende que ésta existe como
algo normal, que forma parte del ciclo natural del ser huma-
no, y que tarde o temprano todo individuo la debe experimentar por el simple hecho de ser hombre. Nunca vemos que
nadie se rebele contra ella, ni que se lamente de que por culpa
de una primera pareja haya aparecido tan horrorosa realidad.
Así, leemos que todos se irán de este mundo sin posibilidades de regresar (2 Sam 12, 23). Que estamos formados de
arcilla, y algún día regresaremos al polvo (Job 10, 9). Que ningún hombre puede vivir sin ver nunca la muerte (Sal 89, 49).
Que es inevitable tener que irse por el camino de todos (Jos 23,
14). Que todos morimos, porque somos como agua derramada
que ya no puede recogerse (2 Sam 14, 14). Que todos tenemos el
mismo fin, tanto el sabio como el necio (Ecl 2, 14). Que todos los
hombres vuelven al polvo, igual que los animales (Ecl 3, 18).
Por lo tanto, en la Biblia la muerte aparece como un paso
ineludible y forzoso. Vida y muerte forman parte del ciclo normal del destino humano. Por eso se la acepta siempre, sin discusión ni especulaciones posibles de lo que habría podido pasar en caso de que no hubiera existido el pecado.
Lo que sí entró
Aclaremos ahora cuál es la muerte que apareció en el
mundo por culpa del pecado. Actualmente los teólogos enseñan que no se trata, como se creía antes, de la muerte “biológica”, sino de la muerte “psicológica”.
¿Qué es la muerte psicológica? En caso de que los hombres no hubieran pecado, la muerte física igualmente habría
existido, pero no se la habría experimentado como algo terrorífico y desesperante. El hombre la habría podido afrontar con
la paz y el gozo de los amigos de Dios. La muerte habría sido
un simple viaje, una partida feliz y placentera, un paso gozoso
hacia el encuentro con el Señor, una despedida momentánea de parientes y conocidos, con la seguridad de que pronto volveríamos a encontrarlos de un modo más pleno y perfecto.
Pero a partir del pecado se nos nubló la vista. Dejamos
de ver a la muerte como un paso dichoso hacia la vida con
Dios, y empezamos a verla como verdadera “muerte”, es decir,
como algo pavoroso y traumático, que nos angustia y agobia,
que nos acosa en cada momento de la vida, y en donde se
estrellan todas las esperanzas y las ilusiones humanas, porque
ya no sabemos bien qué nos espera del otro lado ni cómo será
el más allá. Esa es la muerte “psicológica”. Esa es la muerte
que apareció con el pecado.
El poeta francés Charles Péguy lo dijo con una genial
intuición: “Lo que fue la muerte a partir de ese día / antes no
era más que una partida natural y tranquila”.
El nuevo rostro de la muerte
Por no haber entendido esto, hemos creído que la Virgen
María fue preservada de la muerte corporal. Como si ésta en
sí misma fuera un castigo, o un mal de fábrica, cuando, en
realidad, el mal está en cómo se la experimenta.
Con la venida de Cristo, la muerte “psicológica” fue vencida. Es decir, perdió su carácter horroroso y trágico y volvió a recuperar su rostro anterior. Con Cristo, el hombre recobró la posibilidad de verla como era en un principio: un sereno encuentro de amigos íntimos.
Por eso san Pablo habla de ella como de un dormirse en
Cristo (1 Cor 15, 18); dice que prefiere salir de esta vida para
vivir con el Señor (2 Cor 5, 6); y que para él la vida es Cristo, y
la muerte una ganancia (Flp 1, 21).
Desde entonces, miles y miles de cristianos, a lo largo de
la historia, han afrontado la muerte con tranquilidad y ale-
gría. Cuanto más cerca está uno de Dios, menos temor expe-
rimenta frente a la muerte. Porque sabe que ésta ya no es más
“muerte”, sino una luminosa salida hacia el abrazo final y eterno
con el Dios del Amor.
Jesucristo ya le ha arrancado la máscara aterradora a la
“muerte”. Está en nosotros el volver a concebirla como era
antes. Para que la futura posibilidad de su venida, que a todos
nos aguarda, no amargue, ni angustie, ni entristezca el tiempo
de la espera.
Con razón dice el libro del Apocalipsis: Dichosos los que
mueren en el Señor (14, 13).
bendiciones..........
A.A.V.