
08/12/2025
ODA AL PRÍNCIPE
✍️ Anet García
Camagüey no es Oriente. Camagüey es parte del centro de mi tierra y es, como lo sugiere la geografía, el vientre de Cuba, lo cual explica que se gestaran allí tantos abogados, literatos, artistas y disidentes.
Es bueno ser espejo de paciencia al intentar sacar pasaje por la aplicación u obtener reservaciones para Teatro del Viento. Así tengas que pegarte como estampilla postal a una wifi o treparte en el copito de una mata de aguacate, vale la pena por unas breves vacaciones en Camagüey.
Una vez en la urbe, otrora Puerto Príncipe, si te recibe al atardecer un cielo nuboso con aguacero incluido es buena señal. Significa que dormirás fresca después de nueve horas de viaje desde La Habana.
Recuerdo mi primer amanecer hace muchos años, como gárgola en la torre de una iglesia, azaeteada por pregones que anunciaban queso, mantequilla, pan, leche, yogur, cremitas... Con el tiempo los pregones han disminuido, pero quedan las campanadas, el pito del tren y la luz en el horizonte. Las campanadas y la luz son las mismas, aunque el tren se retrase.
Hacer turismo en Camagüey no es complicado, salvo por el techo y la comida para quien no tiene amigos o parientes. La ciudad es un plato. Allá las únicas elevaciones importantes son las torres de las iglesias, algún que otro edificio gris y la estatura moral de sus hijos, entre ellos Ignacio Agramonte.
Es imprescindible salir a la calle con un litro de agua, o dos, o se podría terminar convertido en una mancha informe de piel y sudor sobre el pavimento al mediodía. No obstante siempre queda la opción de pedir un vasito de agua en cualquier casa, porque la gente es generosa y comparte la poca agua bomba que le llega o que compra.
Hasta La Soledad es hermosa en Camagüey, con su ángeles de mármol y alguno de carne, y sus raíles circundantes que evocan la prosperidad de antaño.
Una de las características más interesantes de esa comarca es la dicción de los principeños cultos. Nunca olvidaré al hijo del trovador que me dijo "ustedes, los habaneros, pronuncian mal", y tenía razón. Eres, eses, ados, idos y palabras como tapia, horquilla, anoncillo y balance llegan para colorear la charla con amigos, entre sorbos de café y trocitos de galleta, al rato uno se acostumbra.
Otra cosa curiosa es la vuelta de los camagüeyanos a sus raíces aborígenes y coloniales: vivir sin electricidad, cocinar con leña, dormir a la puerta del bohío, usar tracción animal, hacer trueques, cavar pozos, recolectar agua de lluvia y tocar a degüello cuando ponen la corriente. Se tiene la sensación de haber viajado en el espacio y el tiempo.
Intentando cortar camino uno puede acabar perdido o retrasado, porque las calles, en la parte más antigua de la ciudad, son sinuosas como la vida misma. Por suerte, sobre la mar de ladrillos y tejas flotan las torres de la iglesias, y en los atardeceres, entre tonos rosa, celeste y púrpura, se recortan contra el cielo para orientar al visitante extraviado.
Las noches de verano también tienen su encanto. Lo mismo puedes dejarte llevar por el viento y terminar viendo Fibra, rodeada de personajes como un cura, una monja y un "compañerito" que le saca fotos a los religiosos, graba las palabras de Freddys Núñez y la respuesta del público a "¿Carne o carné?", que contemplar la luna menguante que se eleva detrás de una mata de mango sobre la ciudad oscura.
Camagüey, incluso en sus campos adyacentes y desprovistos de todo encanto aparente, todavía conserva belleza y calor de hogar. Se me hace oasis en medio de la noche y la tormenta.
📷 Anet García