10/14/2025
EL BEBÉ DEL MILLONARIO LE ARRANCÓ LA PELUCA A LA EMPLEADA… LO QUE PASÓ DESPUÉS DEJÓ A TODOS EN SHOCK... —¡Dios mío! —gritó Fernando de Iturbide al abrir la puerta del cuarto de su hijo.
La escena que vio lo dejó completamente paralizado.
Su bebé, Sebastián, de apenas 3 meses, estaba en brazos de la empleada doméstica Guadalupe Hernández, sonriendo por primera vez desde que nació.
Pero no era solo eso lo que lo impactó.
El pequeño tenía las manitas enredadas en una peluca rubia que acababa de arrancar de la cabeza de la muchacha.
Guadalupe estaba ahí con la cabeza completamente rapada, los ojos muy abiertos del susto, tratando desesperadamente de cubrirse con las manos libres.
—Señor Fernando, yo… yo puedo explicar —tartamudeó ella, las lágrimas ya brotando de sus ojos.
Pero antes de que pudiera decir algo más, pasó algo extraordinario.
Sebastián se echó a reír con una carcajada cristalina, un sonido que jamás había salido de ese niño desde que vino al mundo.
El bebé jugaba con la cabeza rapada de Guadalupe, pasando sus manitas pequeñitas por la piel lisa, como si fuera lo más natural del mundo.
Guadalupe, viendo la reacción del niño, se secó las lágrimas y susurró con voz dulce:
—Ahora somos iguales, Sebastián. Sin cabello… pero con mucho amor en el corazón.
A Fernando se le cortó la respiración.
El hijo que lloraba sin parar desde que nació. Que rechazaba el pecho de todas las nodrizas. Que nunca dormía bien.
Estaba ahí, sonriendo, riéndose y jugando.
—¿Cómo? ¿Cómo lograste que dejara de llorar? —preguntó Fernando con la voz entrecortada.
Guadalupe lo miró con una mezcla de vergüenza y determinación.
—Creo que él reconoce a alguien que ya sufrió mucho, que sabe lo que es tener que ser fuerte cuando todo parece perdido.
Sebastián seguía riendo, ahora tratando de ponerse la peluca en su propia cabeza.
La escena era divertida y conmovedora al mismo tiempo.
Fernando se acercó despacio.
En los cinco meses desde que su esposa Catalina murió en el parto, esta era la primera vez que veía a su hijo verdaderamente feliz.
Guadalupe trabajaba en la casa desde hacía apenas dos semanas, pero aparentemente había logrado lo imposible.
—¿Por qué usas peluca? —le preguntó, más suave ahora.
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