08/04/2025
Ya no me quita el sueño revisar su celular.
Ni me arde la curiosidad por saber con quién habla o a quién le sonríe cuando le llega una notificación.
Ya no me da por husmear sus redes, ni por revisar los “me gusta” que reparte como dulces baratos.
Hubo un tiempo en que sí.
Un tiempo en el que me dolía, en el que descubrí conversaciones que no tenían mi nombre, pero sí mi lugar.
Un tiempo en que me tragué el orgullo, apagué el coraje y fingí que no me importaba, todo por no destruir lo que yo creía que aún nos quedaba.
Pero ese tiempo ya se fue.
Porque entendí que quien necesita esconderse para ser “feliz”, no merece estar en la vida de quien siempre fue leal.
Que quien se excita con lo prohibido, nunca supo valorar lo sagrado.
Y que hay cosas que, aunque duelan, te despiertan… te abren los ojos y te liberan.
Así que que haga lo que quiera.
Que se mande mensajes a escondidas, que construya castillos de mentiras con otras, que busque en otra pantalla lo que no supo cuidar en casa.
Que encuentre su “nueva ilusión”, su “alma gemela”, su “motivo para sonreír”…
Ojalá y le alcance. Ojalá y se atreva a irse.
Porque lo que él no sabe —o finge no saber—
es que a mí ya me perdió hace mucho.
Desde esa primera vez que eligió ocultarme cosas, desde que me mintió en la cara como si yo fuera tonta, desde que su mirada cambió al verme.
Y yo también cambié.
Ya no lo reclamo. Ya no lo cuestiono. Ya no lo busco.
Solo lo observo.
Y mientras él cree que me engaña, soy yo la que se despide en silencio, sin hacer escándalo.
Porque cuando una mujer deja de buscar… ya se está yendo.
Y él, tan distraído revisando su celular…
no se ha dado cuenta.