12/20/2025
Mamá se fue un día sin previo aviso.
Como esas mariposas que levantan vuelo con el primer rayo del sol… tan leves que la tierra ni siquiera percibe su partida.
Desde entonces, la casa respira de otra manera.
El aire pesa más, avanza despacio.
Los sonidos quedan incompletos.
Hay una silla que ya no se balancea,
una taza que conserva el último sorbo que no alcanzó a beber,
un perfume aferrado a las cortinas, como un alma pequeña que aún no aprende a marcharse.
El silencio dejó de ser silencio.
Ahora es un murmullo espeso de cosas que no ocurren.
De pasos que no llegan.
De puertas que no crujen a la hora de siempre.
De risas que se apagaron sin retorno.
Pero hay algo…
algo que ni siquiera el vacío pudo arrebatar.
A veces, en la quietud de la noche,
siento que me cubre con una manta invisible.
Que me roza la frente con una mano que ya no tiene forma.
Que pronuncia mi nombre en el sonido de la lluvia.
Dicen que se fue al cielo.
Pero yo sé que se quedó en lo más profundo de lo sencillo.
En el primer café del día.
En la canción que aparece sin aviso.
En ese lugar de la mesa donde nadie se sienta… aunque sigue ocupado.
Su amor no se fue.
Se volvió aire, se volvió luz, se volvió memoria que respira.
Se transformó en ese n**o en la garganta que me recuerda que sigo vivo.
En esa fuerza serena que me empuja a avanzar cuando ya no quiero hacerlo.
Y aprendí algo que duele y calma al mismo tiempo:
las madres no se van del todo.
Dejan su calor adherido a las paredes.
Su eco en los pasillos.
Su mirada en los espejos donde ya no aparecen.
Si cierro los ojos con fuerza,
la siento.
No como un recuerdo,
sino como una presencia cálida y cercana.
Como si tomara mi mano sin apuro
y me dijera, con una voz tan clara que hiere:
“Hijo mío, no estoy lejos.
Soy el latido que permanece cuando piensas en mí.
Soy el suspiro que se escapa cuando me extrañas.
Soy el pedazo de cielo que te cuida desde arriba
y el suelo firme que te sostiene cuando sientes que caes.
No me busques en un lugar.
Vivo donde siempre he vivido:
en tu respiración,
en tu coraje,
en todo lo bueno que hay en ti.”
Entonces lo comprendo.
Que este viaje suyo sin retorno
es, en realidad, una forma distinta de volver.
Porque ahora no está en un sillón,
está en el aire que respiro.
No está en una fotografía,
está en la luz que atraviesa mis días grises.
Se fue sin avisar,
pero se quedó en todo.
Y aunque el corazón se quiebre en mil partes,
cada grieta lleva su nombre.
Porque el amor de madre es una clase de eternidad.
No la que brilla en estrellas lejanas,
sino la que habita lo cotidiano:
en una taza vacía,
en un reloj que ya no marca sus horas,
en un hueco del mundo que solo ella podía llenar…
y que, de algún modo,
sigue llenando con su ausencia presente.