
06/11/2025
Querido inmigrante:
Te honro y doy las gracias por resistir el peso del dolor lejos de tu tierra. Gracias por soportar la indiferencia, por no darte por vencido a pesar del terror, la soledad y el desarraigo. Gracias por hablar dos idiomas con el corazón partido, por sostener en una mano los sueños que dejaste, y en la otra, los que aún estás construyendo para los tuyos.
Te ofrezco disculpas, en nombre de quienes, desde la ignorancia o el privilegio, han despreciado tu esfuerzo; en nombre de quienes han reducido tu existencia a una cifra o un trámite. Eres más que un número en una estadística, más que una nota al pie en los noticieros. Tú eres el verdadero rostro del coraje. Tu lucha no es pequeña: es sagrada.
Perdón por los que solo ven tu acento, pero no tu historia; por quienes te exigen adaptarte sin ofrecerte un mínimo de dignidad. Muchos te ven como una carga, pero casualmente olvidan que tu trabajo sostiene economías enteras, que tus manos, calladas y persistentes, mantienen en pie industrias, familias y sistemas que jamás reconocerán tu nombre.
Gracias por enviar abrazos en forma de remesas, por realizar labores físicas tan prolongadas bajo condiciones de absoluta precariedad laboral, por trabajar turnos que duelen en el cuerpo pero alimentan hogares a kilómetros de distancia. Gracias por no rendirte, aunque a veces todo dentro de ti te pida que lo hagas.
Sé que la mayoría dejaron atrás lo que amaban, no porque quisieran, sino porque no tuvieron opción. Tu exilio no es solo geográfico: es también emocional, simbólico y existencial. Has tenido que reconstruir tu identidad en medio de la incertidumbre, desafiando todo. Migrar no es simplemente moverse de país: es redefinir el sentido de pertenencia, es vivir en una tensión constante entre lo perdido y lo posible.
Y si algún día llegas a dudar de tu valor, recuerda esto: el cielo mismo te observa con honra, no por cuánto has logrado, sino por todo lo que has sostenido.
Te bendigo, amado inmigrante.