10/07/2025
Vladimir Guerrero Jr. puede ser un gran pelotero, pero eso no lo convierte en un gran ser humano.
Decir que “nunca jugaría con los Yankees, ni muerto” no es valentía ni orgullo: es resentimiento heredado.
Un niño de siete años no puede odiar a un equipo de béisbol; ese veneno se lo siembran. Y en este caso, todo apunta a que el padre, Vladimir Guerrero Sr., se encargó de eso, porque los Yankees no lo firmaron cuando creyó que lo harían.
O sea: un hombre adulto le pasó su frustración a un niño. Y hoy ese niño, convertido en estrella, repite el odio como si fuera legado familiar.
Y no se trata de simpatizar con los Yankees, sino de entender que guardar rencor por algo que ni siquiera viviste conscientemente es pura miseria emocional.
Decirle “no” a un equipo por orgullo infantil, y luego justificarlo con historia ajena, no te hace fiel a tus principios, te hace rehén de ellos.
Guerrero Jr. debería entender que la grandeza no se mide solo con cuadrangulares, sino con capacidad de superar lo que otros te inculcaron.
Si tu carrera está marcada por un odio prestado, el triunfo se contamina.
Y si un día la vida —o el negocio del béisbol— te pone un uniforme con las rayas de los Yankees, vas a tener que tragarte tus propias palabras.
Y eso, sí que sería un home run… pero contra ti mismo.