08/26/2025
🌧️ “Cuando la casa se partió en dos” 🌧️
Había una vez una niña llamada Lucía, de apenas 9 años, que amaba las tardes de lluvia. Cuando las gotas golpeaban el techo, ella corría hacia la ventana y contaba las gotas que se deslizaban, imaginando que cada una era un sueño que caía del cielo.
Pero un día, la lluvia no llegó sola. Llegó con gritos. Los gritos de papá y mamá que llenaban la sala como un trueno que no se detiene. Esa tarde no hubo juegos ni cuentos. Solo lágrimas. Y al día siguiente, la casa ya no era la misma: papá se fue con una maleta, y mamá se quedó con un silencio que pesaba más que mil tormentas.
Lucía trataba de entender. Una parte de ella quería estar con papá, porque él siempre sabía cómo hacerla reír con sus historias. Otra parte quería estar con mamá, que la abrazaba fuerte cada noche. Pero al tener que elegir, sentía que estaba perdiendo la mitad de su mundo.
Las semanas pasaron, y la sonrisa de Lucía comenzó a desaparecer. Ya no corría a la ventana cuando llovía, porque cada gota le recordaba la tarde en que todo cambió. En la escuela se distraía, en casa callaba, y en su corazón crecía una sombra que no sabía cómo nombrar: ansiedad, tristeza, miedo… un peso que parecía demasiado grande para sus hombros pequeños.
Un día, su maestra la encontró sola en el patio y le preguntó:
—¿Por qué ya no juegas, Lucía?
Ella levantó los ojos, con voz bajita respondió:
—Porque cuando corro, siento que me falta el aire… como si estuviera buscando a alguien que nunca vuelve.
Ese día la maestra la abrazó, y le dijo algo que Lucía nunca olvidaría:
—Lo que sientes no es culpa tuya. La tormenta no nació en ti. Pero recuerda que incluso en los días más oscuros, las nubes siempre se mueven, y el sol vuelve a brillar.
Lucía aprendió que estaba bien sentirse triste, que no tenía que esconder su dolor. Y aunque el camino sería largo, poco a poco entendió que no estaba sola y que hablar de lo que sentía la hacía más fuerte que callar.
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✨ Reflexión:
Cuando los padres se separan, muchas veces creen que los hijos se acostumbran rápido. Pero lo que ocurre dentro de ellos es un huracán silencioso que nadie ve: ansiedad, depresión y un sentimiento de vacío. Ellos no necesitan explicaciones complicadas, necesitan amor, comprensión y alguien que les recuerde que no tienen que cargar con la tormenta de los adultos. Porque cuando se rompe una familia, el corazón más frágil siempre es el de los hijos.