07/24/2025
Pitágoras rara vez estaba en casa, y su esposa, Enusa, aprovechaba cada ausencia para entregarse en secreto a cuatro campesinos sin estudios, conocidos por aquellos tiempos en Grecia como “catetos”, pues eran los encargados de labrar la tierra.
En una ocasión, Pitágoras regresó más temprano de lo habitual —gran error hacerlo sin anunciarse— y al llegar, los encontró en plena acción. Cegado por la furia, acabó con los cinco sin pensarlo dos veces.
Decidió enterrarlos en su propio jardín, un terreno de forma rectangular cuyo largo medía exactamente el doble que el ancho.
Por respeto (o ironía) hacia su esposa, dividió el jardín por la mitad, generando dos cuadrados perfectos. En uno de ellos sepultó a Enusa.
El cuadrado restante lo partió en cuatro secciones del mismo tamaño y en cada una enterró a uno de los campesinos. Así, entre todos ocuparon un área exactamente igual a la de Enusa.
Con la rabia ya más calmada, subió a lo alto de una colina para reflexionar, y al observar su obra desde arriba, soltó una frase que marcaría la historia de la geometría:
“La suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la “P… uta Enusa.”
¡Si me lo hubieran enseñado de esta forma, jamás habría olvidado el Teorema de Pitágoras!