Amor, y Reflexiones Cristianas.

Amor, y Reflexiones Cristianas. Amor y Reflexiones Cristianas. ❤️
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La esposa abrió la puerta, tranquila, sin sospechar lo que estaba por venir. En ese instante, una mujer altiva, desafian...
09/18/2025

La esposa abrió la puerta, tranquila, sin sospechar lo que estaba por venir. En ese instante, una mujer altiva, desafiante, con esa mirada de quien tiene algo importante que decir, se presentó en su vida.

—Hola, —dijo la visitante con voz segura— soy la amante de tu esposo.

La esposa la miró de arriba abajo, sintiendo cómo una mezcla de sorpresa y un silencio profundo le atravesaba el alma. Respiró hondo, sonrió con calma —una calma que parecía esconder una tormenta— y respondió:

—Hola, mucho gusto. Yo soy la esposa. Pasa.

La visitante parpadeó, desconcertada, como si esa respuesta hubiera roto un hechizo. Pero la mujer, en su mirada, había algo que no podía ser leído fácilmente: una fuerza silenciosa, un amor propio que no se doblega.

—¿Perdón? ¿No escuchaste lo que dije? —preguntó la otra, aún confundida.

—Sí, escuché perfectamente —contestó la esposa con voz firme, pero llena de una serenidad que solo se alcanza cuando uno sabe quién es y qué merece—. Dijiste que eres la amante. Y yo, la esposa. ¿Entramos?

Ya en la sala, la mujer se sentó, con una calma que parecía desafiar al mundo, y miró a su visitante con una mirada que transmitía más que palabras: una historia de dolor, de resistencia, de una mujer que había decidido que su dignidad no se negocia.

—Bueno… ya que estás aquí, te muestro tu nueva realidad —dijo, levantándose con decisión. Abrió el armario y empezó a hablar, sus palabras suaves pero contundentes—. Esta es su ropa. Hay que lavársela a mano, porque no le gusta que se le arruine en la lavadora. Le encanta que le planchen las camisas con almidón y que todo esté doblado por colores, según su humor. Las comidas, bien puntuales y tibias. Nada de calentar en exceso o servir frías. Aquí están sus zapatos. Le gusta que se los laven con cepillo de cerdas suaves, uno por uno. Y odia la casa desordenada. Lo quiere todo limpio, pero no ayuda en nada. Tú sabes, hombre tradicional.

La amante permanecía muda, como si en esa escena también se estuviera enfrentando a algo mucho más grande: su propia realidad.

La esposa, con una suavidad implacable, le puso un mandil, una escoba y un recogedor en las manos. Y le dijo con voz llena de una autoridad que no admitía réplica:

—Eso es todo lo que tienes que hacer. Te deseo suerte. Yo me retiro.

La mujer no sabía si estaba en una telenovela o en una trampa mortal, pero en su interior algo empezó a despertar. La fuerza que, quizás, había estado escondida en lo más profundo de su ser. La que le dice que no merece menos. La que le susurra que aún en medio del dolor, hay una salida.

Minutos después, bajó con las maletas en silencio, empacando cada recuerdo, cada lágrima contenida, sin una sola lágrima. La mujer no se quebró. Evolucionó.

Se miró en el espejo, se retocó el labial, soltó su cabello y, con una sonrisa que era mucho más que un gesto, se preparó para la escena final.

Y justo entonces… entró él.

Los vio a las dos: la amante con cara de “¿qué hago aquí?”, y la esposa, radiante, con una sonrisa de quien ya tomó una gran decisión, de quien recuperó su fuerza.

—Hola, esposín… o mejor dicho, ex esposín —dijo ella con tono irónico—. Mira, te presento formalmente a tu amante. Ella ya se está instalando.

El hombre, con nerviosismo, trató de buscar palabras, de justificar, de arreglar la situación, pero ella lo cortó con una mirada que todo lo decía:

—No tienes que explicarme nada. Todo está más claro que el agua. Mira tus maletas… ya están listas. Y no te preocupes, no es que me vaya de la casa.

Lo miró a los ojos y, con una voz llena de una firmeza que

La vida nunca fue perfecta, ni lo será. Y, sin embargo, miras cómo uno se desgasta intentando encontrarle sentido, busca...
09/18/2025

La vida nunca fue perfecta, ni lo será. Y, sin embargo, miras cómo uno se desgasta intentando encontrarle sentido, buscando que todo encaje en ese rompecabezas ideal. Pero no… la vida es más bien como esas cobijas parchadas que hacían las abuelas: con retazos de colores, con pedazos que no combinan, pero que al final, nos abrigan y nos protegen.

A esta edad, he aprendido que no vale la pena desmenuzar tanto lo que pasa. Lo que los años me han enseñado es que las preguntas eternas se quedan flotando, y las respuestas llegan cuando menos las esperas, cuando ya no las buscas con tanta ansia. ¿Para qué desgastarse? Mejor agradezco. Agradezco que el día se fue, que el sol me regaló unos momentos de su calor, que el aire tocó mi rostro, que tuve pan y café en la mesa, que hubo alguien con quien reír, aunque solo fuera por unos minutos.

Hoy sé que la perfección nunca fue el camino. Lo que realmente importa son esos instantes, esos pequeños detalles que dejan huella: un silencio en la tarde que invita a la calma, un abrazo inesperado que reconforta el alma, esa música que traslada a mis veinte años, esa comida sencilla que sabe a gloria y a nostalgia.

Al final, la vida se mide en lo que disfrutamos a pesar de los pendientes, las arrugas, los dolores, los “hubiera”. A esta edad, uno aprende que no hacen falta ocasiones grandes para sentirse vivo. La verdadera oportunidad, la más valiosa, es hoy. Aquí y ahora.

Y mientras la luna se asoma, yo suspiro con gratitud: gracias por este día que termina, por este corazón que aún late con fuerza, por la oportunidad de seguir saboreando, con todo y sus imperfecciones, lo que la vida todavía me regala.

Hay dolores que no tienen nombre, pero tienen rostro: el de la persona a la que le diste todo y te dejó vacía. Esa noche...
09/18/2025

Hay dolores que no tienen nombre, pero tienen rostro: el de la persona a la que le diste todo y te dejó vacía. Esa noche, frente al espejo, no solo vio su reflejo, vio la historia completa de una herida. Vio la televisión que vendió, los zapatos que no compró, el dolor sordo del dentista pospuesto.

Cada uno de esos sacrificios, en lugar de ser medallas de honor por su bondad, se convirtieron en punzantes recordatorios de la burla.
La traición, esa noche, no era el dinero. Era el alma. Era el eco cruel de "La vida es para disfrutarla" de quien vivía cómodamente gracias a sus sacrificios. Era el eco de todas las veces que creyó, todas las veces que la esperanza le ganó a la experiencia.

Pero de las cenizas de esa decepción, algo nació. Una certeza. Una luz en la oscuridad. El reconocimiento de que su buen corazón no era un defecto, sino un don que estaba malgastando. Entendió que su valor no se medía por cuánto podía romperse por los demás, sino por cuánto podía protegerse a sí misma.

El "no más" que se susurró frente a sus ojos llenos de lágrimas no era una rendición, era una declaración de guerra. La guerra contra la parte de ella que se sacrificaba por comodidad de otros. La guerra para dejar de ser la eterna salvadora y convertirse en su propia he***na. Porque ayudar a quien no quiere ser ayudado no es amor, es ser cómplice de su propio estancamiento.

—Mamá, ¿sabes cuánto me gasté en tus medicinas este mes? —le preguntó Andrés, cansado de sumar recibos, notas de farmaci...
09/18/2025

—Mamá, ¿sabes cuánto me gasté en tus medicinas este mes? —le preguntó Andrés, cansado de sumar recibos, notas de farmacia y cuentas del hospital.

Ella lo miró en silencio, con los ojos nublados por la emoción. No respondió, solo bajó la cabeza.

Andrés, molesto, seguía anotando en su libreta:
—Entre las pastillas, las consultas y los análisis… ya llevo casi tres mil pesos.
—¿Y sabes qué es lo peor, mamá? Que el próximo mes será igual.

El silencio se volvió pesado, incómodo.

De repente, ella levantó la mirada y dijo con una voz tranquila pero firme:
—Nunca llevé cuenta de cuánto gasté en ti, hijo. Nunca anoté lo que costaron tus pañales, tus cuadernos, tus zapatos o tus medicinas cuando eras niño.
¿Quieres que te diga cuánto me salió criarte con bronquitis cada vez que te enfermabas?
¿O cuánto costó que siempre tuvieras hambre y yo no podía darte más?
¿Quieres que te diga cuánto te amé en cada uno de esos momentos, sin importar cuánto costaran?

Andrés se quedó en silencio, con una sensación de peso en el pecho. Dejó la libreta sobre la mesa y se quedó mirándola.

En ese momento, entendió que estaban midiendo algo que no se puede cuantificar: el amor de una madre, que no se llena con dinero, ni con cuentas, ni con facturas.

Mi abuelo fue mi padre… y el hombre que más he amado en esta vida.Nunca tuve la dicha de crecer con un padre.  Tampoco c...
09/18/2025

Mi abuelo fue mi padre… y el hombre que más he amado en esta vida.

Nunca tuve la dicha de crecer con un padre.
Tampoco con una madre como la que los cuentos suelen pintar.
Desde que tengo memoria, mi mundo giraba en torno a mis abuelos.
Y aunque en casa también vivía mi madre, la sentía como una hermana lejana…
Porque mamá, en realidad, fue mi abuela.

El único padre que conocí… fue mi abuelo, ese señor de los globos.

Él vendía en la plaza, con su sombrero de paja, sus globos de colores y una dignidad que ni los trajes más caros logran igualar.
Yo era feliz a su lado. Me sentaba en la banca con mi bolsita de chicharrones y mi raspado de grosella, mientras él daba vueltas a la plaza, con esa sonrisa que parecía esconder un mundo de historias.

Pero crecí… y como muchos adolescentes tontos, me dio vergüenza.
Me alejé. Me sentí “más que eso”.
Un día le dije que no quería que mis amigos me vieran con él, vendiendo globos.
Y en ese instante, vi cómo sus ojos se llenaron de agua.
Lo que más duele… fue ver cómo ese hombre, que siempre fue fuerte y orgulloso, caminó más lento ese día, con el alma herida y sin decir una palabra.
Y yo… yo fui un id**ta.

Los años pasaron y la vida me golpeó con dureza.
Me tocó madurar a golpes, aprender de los errores, y entender lo que realmente importa.
Un primo me ofreció irme a trabajar a Houston, y sin pensarlo, acepté.
Cuando se los conté, mi abuela lloró en silencio, con esa tristeza que no necesita palabras.
Mi abuelo, en cambio, me abrazó con fuerza y me dijo algo que quedó grabado en mi corazón:
—“Échele ganas, mijo… sé que los hijos no son de uno, tarde o temprano hacen su vida.”

Antes de partir, quise hacer algo que valiera la pena.
Lo busqué en la plaza, y lo vi de lejos, con su pantalón remendado, sus zapatos gastados y su dignidad intacta.
Corrí hacia él, con lágrimas en los ojos, y lo abracé con toda mi alma.
—“No me voy sin ayudarte a vender todos estos globos, abuelo. Pero eso sí… quiero mis chicharrones y mi raspado, como cuando era un mocoso.”

Fue nuestro último día juntos, los dos en la plaza, como en aquellos días de mi infancia.
Y en ese momento, le hice una promesa:
—“Nunca le faltará nada, abuelo. Nunca te faltará comida, ni cariño, ni apoyo. Tú hiciste por mí más de lo que cualquier hijo podría imaginar.”

Hoy tengo casi 50 años. Mis abuelos ya no están aquí.
Pero juro con toda mi vida que cumplí esa promesa.
Nunca les faltó nada: ni dinero, ni amor, ni llamadas.
Y a mi abuelo, le llegaba un pantalón nuevo cada semana, sin que él supiera cuánto eso significaba para mí.

Porque a ese señor que caminaba con globos al hombro y dolor en las rodillas…
yo le debo la vida entera.

Gracias, abuelo…
fuiste más padre que cien hombres juntos.
Fuiste mi ejemplo, mi fuerza y mi corazón.

Y en cada recuerdo, en cada lágrima y en cada sonrisa… sé que nunca te olvidaré.

09/18/2025

Odio cuando me dicen hazle lo mismo, no loco, no hay que ser igual, demuestra que eres mejor persona y punto.

“Volverse invisible.”Esa frase, tomada de una famosa serie británica, duele porque es cierta.Muchas veces, cuando miramo...
09/18/2025

“Volverse invisible.”

Esa frase, tomada de una famosa serie británica, duele porque es cierta.

Muchas veces, cuando miramos a una persona mayor, solo vemos su edad. No pensamos en quién fue realmente: un maestro que amaba las palabras, un ingeniero que resolvía problemas, una madre que entregó su vida por sus hijos. Solo decimos: “Ya debe tener más de ochenta.”

Con el paso del tiempo, las personas que realmente conocen quién eres empiezan a disminuir. Los amigos se van, algunos ya no salen, y los movimientos se vuelven más lentos. A veces, la única salida es a la panadería de la esquina.

Los hijos, atrapados en su propio ritmo, llaman de vez en cuando, pero las visitas son escasas. En el edificio, llegan nuevos vecinos con cochecitos y bolsas de compras, pero nadie sabe el nombre de la señora del segundo piso.

Hasta las tiendas cambian de rostro, pero lo que permanece son números de apartamento y una edad que se adivina. Detrás de esas puertas hay vidas, historias, sueños... pero pocos se toman el tiempo para pensarlo. Y en esa indiferencia, crece un vacío inmenso.

Luego, nos preguntamos por qué mamá llama diez veces al día, o por qué papá repite la misma pregunta una y otra vez. No es capricho; es miedo a desaparecer, a ser olvidado. Quieren sentirse vistos, escuchados, aunque solo sea por un instante.

No lo dejes para después. Llama, visita, pregúntale cómo estuvo su día. Para ti puede ser poco, pero para ellos significa todo. A veces, solo un “¿Recuerdas quién soy?” puede devolverles la luz que creen perdida.

El Valor de Cuidar a Nuestros Padres Ancianos 💖Los padres que hoy caminan lentamente alguna vez corrieron para atraparte...
09/18/2025

El Valor de Cuidar a Nuestros Padres Ancianos 💖

Los padres que hoy caminan lentamente alguna vez corrieron para atraparte cuando caíste.
Las manos temblorosas que luchan por sostener una taza alguna vez sostuvieron tu mundo entero en sus brazos.

Cada arruga en su rostro es un testimonio silencioso—de noches sin dormir, de sacrificios hechos en silencio, de un amor que nunca se rindió. 🌙✨

Cuidarlos no es un favor, es una muestra de gratitud. 🙏
Porque la forma en que los tratas hoy será la lección que tus hijos llevarán al mañana.
Es más que medicina, más que un techo—es dignidad, paciencia y amor incondicional. 🌹

Algún día, quizás ya no estén aquí. Y lo que más dolerá no será lo que les diste… sino lo que no pudiste darles. No esperes a tener remordimientos. Abrázalos más fuerte. Escúchalos con atención. Quédate a su lado. Diles gracias. Diles que los amas. 💕

Los padres ancianos no son una carga—son raíces vivas, la razón por la que podemos crecer y ser fuertes. 🌳✨
Honrávalos mientras puedas, porque un amor no expresado hoy se convierte en un anhelo que dura toda la vida.

👉 Abrázalos hoy. Llámalos. Diles cuánto importan.
Porque el mayor legado que podrás recibir siempre será su amor.

Los Etapas de la Vida que CaminamosLa vida, en muchas formas, es como capítulos en un libro. Cada etapa está escrita con...
09/17/2025

Los Etapas de la Vida que Caminamos

La vida, en muchas formas, es como capítulos en un libro. Cada etapa está escrita con sus propios colores, sus propias alegrías y sus propias luchas.

👶 La infancia es cuando vemos el mundo con ojos de asombro—persiguiendo luciérnagas, dibujando sueños con crayones, creyendo que cada mañana trae magia y maravilla.

👩‍🎓 La juventud trae sueños, descubrimientos y la valentía de intentar. Nos tropezamos, nos levantamos, y sin darnos cuenta, estamos creando los cimientos de quienes seremos.

💍 La adultez nos enseña sobre responsabilidad y amor. Es cuando construimos familias, perseguimos metas y aprendemos que la verdadera felicidad no está en la perfección, sino en esos momentos sencillos: en la risa alrededor de la mesa, en un hogar desordenado pero lleno de cariño, en promesas que se mantienen en los días difíciles.

👴 La vejez llega en silencio, como el atardecer que se despide lentamente. Es más suave, más pausada. Pero también es profunda—cada arruga lleva una historia, cada cabello plateado una memoria, y cada sonrisa un recordatorio de que el amor trasciende el tiempo.

La verdad es que, ninguna etapa es más importante que otra. Cada una es un regalo, una página que completa la hermosa historia de nuestra vida.

Si eres joven—disfruta cada momento. Si estás ocupado en la familia—agradece el caos que trae la vida. Y si eres mayor—lleva con orgullo la sabiduría que has acumulado.

Porque cuando la historia llegue a su fin, no serán las cosas materiales las que importen, sino el amor que entregamos, la bondad que compartimos y el legado que dejamos en el corazón de otros. ❤️

Cuando tu mamá se acerca a ti y te dice:  "No tomes", "Regresa temprano", "No te juntes con ellos", "No te pelees"...  N...
09/17/2025

Cuando tu mamá se acerca a ti y te dice:
"No tomes", "Regresa temprano", "No te juntes con ellos", "No te pelees"...

No lo hace para controlarte, no lo hace para arruinarte la noche ni para que parezcas diferente del grupo.
Lo hace porque te ama con toda su alma, más que a su propia vida. Desde el momento en que llegaste al mundo, su única misión ha sido protegerte, cuidarte y asegurarse de que estés bien.

Ella ve lo que tú a veces no ves. Sabe cuánto duele perder lo que más se ama, incluso sin haberlo perdido aún.
No duerme hasta que llegas a casa, aunque no te lo diga con palabras. Se queda despierta, mirando el techo, rezando en silencio, imaginando mil escenarios, porque su corazón no descansa hasta saber que estás seguro.

Cuando te pide que te cuides, no es por desconfiar de ti, sino por confiar en un mundo que puede arrebatártelo en un instante.
Cuando te insiste una y otra vez, no es por fastidiar, sino porque su mayor miedo es verte en una cama de hospital o, peor aún, en una caja.

Hazle caso, aunque a veces no entiendas sus palabras.
Valora sus consejos, incluso cuando parezcan exagerados o demasiado protectores.

Porque llegará un día en que sus palabras ya no estarán, y en ese momento, darás todo por escuchar su voz una vez más.

Nadie te amará como ella.
Nadie estará tan pendiente de ti, ni llorará tus dolores como ella.
Su amor es un refugio, una esperanza, un regalo que no se puede pagar con nada en esta vida.

Obedece a tu madre.
Es la única persona que, incluso en silencio, siempre está allí para cuidarte, incluso cuando tú no lo ves, incluso cuando tú no lo sabes.

Porque su amor, ese que te abraza en cada palabra, en cada silencio, en cada sacrificio, es el regalo más grande que la vida te ha dado.

🌿 La Belleza de EnvejecerCuando éramos jóvenes, contábamos los años hacia adelante—las velas de cumpleaños, los hitos, y...
09/17/2025

🌿 La Belleza de Envejecer

Cuando éramos jóvenes, contábamos los años hacia adelante—las velas de cumpleaños, los hitos, y los sueños por cumplir. Pero a medida que los años se acumulan, algo cambia en nuestro interior. Envejecer no es perder tiempo; es ganar una belleza nueva y auténtica.

He llegado a comprender que cada arruga no es solo una línea en la piel—es una historia. Un recordatorio de risas compartidas, lágrimas derramadas y tempestades que hemos sobrevivido. La plata en nuestro cabello no es debilidad; es una corona que se gana después de décadas de amor, trabajo y enseñanzas de la vida.

En nuestra cultura, a menudo celebramos la juventud, pero hay una belleza silenciosa y poderosa en el envejecimiento que merece ser honrada. Está en la abuela que arrulla a su nieto con manos que alguna vez construyeron un hogar desde la nada. Está en el abuelo cuyos pasos son más pausados, pero cuya sabiduría camina más rápido que el tiempo.

La verdadera belleza de envejecer es esto: finalmente aprendemos qué es lo que realmente importa. Dejamos de perseguir el ruido de “más” y comenzamos a valorar la paz de “suficiente”. Nos damos cuenta de que el amor es el mayor éxito, la bondad es la mayor riqueza, y la presencia es el regalo más valioso que podemos ofrecer.

Así que, si tienes la suerte de envejecer, sonríe. Eres prueba viviente de resiliencia, de lecciones aprendidas, de amor compartido. Envejecer no es algo que debamos temer; es algo que debemos honrar. Porque cada día que crecemos en años, seguimos aquí. Y eso, en sí mismo, es hermoso. 🌸

—Mamá, necesito que me ayudes.  —Lo siento, hija… pero no te debo nada.Esas palabras quedaron flotando en el aire, como ...
09/17/2025

—Mamá, necesito que me ayudes.
—Lo siento, hija… pero no te debo nada.

Esas palabras quedaron flotando en el aire, como un eco incómodo que se repetía en la memoria. Desde el otro lado del teléfono, el silencio se volvió pesado, casi insoportable.

—¿Cómo que no me debes nada? ¡Eres mi mamá! —exclamó con angustia, con la voz temblorosa por la mezcla de tristeza y rabia.

Ella respiró profundamente, mirando por la ventana, donde las hojas secas caían lentamente, arrastradas por el viento de otoño. Era como si esas hojas llevaran en sí el reflejo de su propio corazón: todo cambia, incluso lo que parecía irrompible, incluso lo que parecía eterno.

—Estás vendiendo la casa. ¡La casa que construiste con papá! Toda tu vida está ahí, y ni siquiera me avisaste —dijo la hija, con la voz quebrada, sintiendo cómo se le acumulaban las lágrimas.

Se sentó en el sillón que había sido de su esposo, ese mismo donde él le leía en las tardes, cuando el mundo parecía más simple. Aunque ya no estaba, su ausencia pesaba en cada rincón, en cada suspiro.

—¿Y por qué tendría que consultarte? —respondió con una calma que dolía—. Es mi casa. Fue de tu papá y mía. Ahora… es solo mía.

La hija, con el rostro enrojecido por la frustración, replicó:
—¡Pero es nuestra herencia! ¡El futuro de mi hija y el mío! ¿Y la vas a vender solo para irte a un departamento?

La madre bajó la vista hacia la foto en la pared: la sonrisa de su esposo, capturada en un tiempo en que todo parecía posible. La nostalgia la envolvió, como un manto que no quería dejarla ir.

—Mi niña… me estoy ahogando aquí. Esta casa me queda demasiado grande. La soledad pesa más que las paredes, más que los años.

—¡Pues vente con nosotros! ¡Ya te lo hemos dicho! —insistió la hija, con desesperación.

Pero la madre, con los ojos llenos de historia, sabía que esas palabras no alcanzaban para aliviar su alma.

—No, ya tomé una decisión. Voy a vender la casa y mudarme cerca del centro… —dijo con una firmeza que sorprendió a ambas.

—¿Y el resto del dinero? —interrumpió la hija, con un tono de voz que escondía su miedo y su impotencia.

Fue en ese momento cuando algo se rompió en ella. ¿De verdad eso le importaba? ¿El dinero, las necesidades materiales?

—¿Por qué te interesa? —preguntó, con una calma que parecía demasiado dura, demasiado cierta.

—¡No te hagas! —explotó la hija, con lágrimas que rodaban por sus mejillas—. ¡Mi esposo necesita un carro nuevo! Íbamos a pedir un préstamo, pero si tú vendes la casa…

La madre levantó la mirada, y en sus ojos brillaba una luz que no había visto en mucho tiempo: una mezcla de dolor, de decisión, de libertad.

—Ah… ya entiendo —susurró, con una serenidad que cortaba como una espada—. Quieres que use ese dinero para resolverles la vida. Para que no tengan que enfrentarse a sus propios límites.

—¡Podrías ayudarnos! ¡No necesitas tanto! —insistió la hija, con la voz ahogada por la desesperación.

Cada palabra era como una puñalada en el corazón de la madre, que sentía cómo el peso de las expectativas y las necesidades ajenas la aplastaba.

Pero, en medio de esa tormenta, algo se iluminó en su interior: una chispa de valentía, de amor propio, de redescubrimiento.

—Tienes razón —dijo con voz clara, firme—. Estoy sola. Y por eso, es hora de pensar en mí. He vivido más de cuarenta años entregada a los demás: a tu papá, a ti… y ya fue suficiente. Ahora quiero vivir para mí.

La hija se quedó en silencio, con la mirada perdida en la distancia.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó, con el corazón en un puño.

—Que voy a vender la casa. Y sí, voy a usar ese dinero. Siempre quise viajar, conocer otros lugares, sentir que la vida todavía tiene mucho por ofrecerme. Tu papá y yo soñamos con ello, pero nunca encontramos el momento. Ahora, ese momento es mío.

Se escuchó un golpe seco, tal vez la hija golpeó la mesa, tal vez ella misma se tocó el pecho. Luego, el silencio, denso, infinito.

Y en ese silencio, quedó la verdad: una madre que, por fin, se atreve a amarse a sí misma, a dejar atrás las cadenas del sacrificio y abrir las alas para volar un poco más lejos.

Moraleja:
Una madre no deja de amar por poner límites.
A veces, amarse a una misma es el acto más valiente… y también el más necesario.

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