10/21/2025
Cuando abatier0n a Güst4vo Gaviri4, la parte financiera del C4rt3l de Medellín empezó a verse afectad0, pero fuera de ello, fue el más rud0 revés para El máximo señor de medellín. Le habían tocado una fibra demasiado íntim4...
Los oficiales escuchan comunicaciones en las que se habla del Señ0r, alguien importante dentro de la organizaci0n. No es P4blo, de eso estan seguros por qué ya le conocen la voz, se trata de otro personaje que dice, «mire, necesitamos colocar un giro en Cartagena», y pum, suena la b0mb4 al otro día. Un hombre con pod3r y ramificaciones para decidir sobre operaciones de n4rc*-tráfic0, a quien acuden comerciantes de la dr0g4 para pedirle cuotas en los embarques de nieve. Sí, se trata de G*stavo de Jesus Gaviri4.
Gaviri4, liso, muy liso, no se cita con nadie, todo lo movía por medio de comunicaciones con 4lí4s, códigos y clave; y aunque producía llamadas, no lograban saber siquiera el número de su teléfono. Cuando se le descubrieron le montar0n un operativ0. A las seis de la tarde, las unidades llegaron a su famoso búnk3r en Envigado, encontraron todas las señales de que ese era su centro de operacion4s, pero él no estaba. Explorando el terreno, más o menos a un kilómetro arriba, encontraron una casa, con un teléfono inalámbrico, desde donde detectó el oper4tiv0 y se esc4pó.
Durante 6 meses no volvieron a saber de Gustavo. Tras la mu3rt3 del teniente Juan Fernández en las calles de Copacabana, un pequeño municipio de diez kilómetros al norte de Medellín, la Policía mont0 un operativ0 en la zona del crim3n. Retuvier0n a dos decenas de personas, entre ellas una mujer que entregó información sobre el paradero de uno de los grandes jef3s en una casa del barrio Laureles, en la zona de la Alameda, en Medellín. Esa información se cruz0 con otra que había llegado desde Cali a Bogotá, ubicando también el sitio como uno de los refugios de Pablo y de sus hombres más cercanos. También la de un personaje que decía ser hombre de confianza de un dur0 y que estaba dispuesto a entregarl0.
La Policía no sabía, en ésta ocasión, de quién se trataba. Al día siguiente, heridos por la mu3rt3 de Fernández, agentes de civil recorrieron sin despertar sospecha alguna la zona. Se montó un cerc0 sobre la vivienda y el sábado por la tarde, con el uso de altoparlantes, invitaron a los ocupantes a abandonar la vivienda. Adentro, un hombre de 42 años, demacrad0 y angusti4do, comprendió que le esperaba un itiner4rio similar al que sabía que había recorrido Pinin4. Así que corre a llamar, a pedir auxilio a la policía. «Si, señor, ¿quién habla?», le preguntan;«no, mire, mire, es que me van a m4t4r, hay mucha gente alrededor de mi casa, me van a m4t4r, me van a m4t4r». «Deme la dirección, señor». No sabe la dirección, la está buscando. Afuera, las autoridad3s romp3n una reja, luego ponen expl0siv0s en las chapas. Cuando se romp3 la puerta, él sale corriendo con una car4bina en la mano. Seguramente piensa que han llegado sus en3mig0s naturales, los m4ñ0sos del c4rt3l de Cali. Abre fu3g0 y es dado de baj4 el 11 de agosto de 1990.
Allí yacía el c4dáv3r de Gustavo, que portaba documentos de identidad a nombre de Ramiro Vélez Vélez, y que fue llev4do a Medicina Legal, donde pruebas dactiloscópicas permitieron establecer que se trataba realmente de él, de Gustavo de Jesús G4viri4 Rivero, el primo y más antiguo soci0 del Doctor.