
09/27/2025
— ¿Sabes qué, querida? Mi madre tiene razón. ¡Eres una mantenida! ¡Ponte a trabajar! — gritó Gastón, golpeando la mesa con tanta fuerza que la cuchara saltó y tintineó contra el plato.
Andrea se quedó inmóvil. Aquella palabra le atravesó el corazón. Dentro de ella se mezclaban la rabia, la tristeza y la incomprensión.
Mantenida.
Y pensar que era ella quien pagaba la hipoteca, los servicios, e incluso las llamadas de Gastón con sus propios ahorros. Era ella quien cocinaba, lavaba, limpiaba y creaba un hogar acogedor. Y también era la que, después de haber ahorrado una suma considerable, había dejado su trabajo para dedicarse a la familia.
Gastón, siete años menor que ella, se había casado más por conveniencia que por amor.
Y ahora se atrevía a olvidar quién le había regalado un techo a su adorada madre, Laura. ¿Y en qué departamento estaban sentados en ese mismo momento?
— Muy bien, querido — dijo Andrea en voz baja. — ¿Así que para ti soy una mantenida?
Gastón encogió los hombros, sin mirarla:
— ¿Y qué? El dinero en casa no alcanza. Tú siempre aquí, y yo soy el que trabaja.
— Entonces… eres tú al que le falta — respondió Andrea, mirándolo fijamente a los ojos.
Parece que el niño quiere jugar a ser jefe de familia, pensó ella.
Y en voz alta, con calma, dijo:
— Vas a tener más dinero, Gastón. Solo espera un poco.
Se levantó, sacó el teléfono y llamó un taxi.
— ¿Adónde vas? — Gastón trató de detenerla.
— A buscar dinero — respondió Andrea fríamente, cerrando la puerta de golpe.
En el taxi, golpeaba pensativa la pantalla del celular con las uñas.
Mantenida. ¿Ella? La misma que sostenía a todos. La que había puesto a nombre suyo el departamento que generosamente había cedido a Laura para cumplirle el sueño de mudarse a la ciudad. Y encima, debía escuchar sus quejas interminables.
¿Y después de todo eso le decían “ponte a trabajar”?
— Sí, claro, voy directo a una inmobiliaria — murmuró con ironía al conductor. — Ahí me deja.
Diez minutos después, Andrea ya entraba a la oficina con el cartel de “Su Hogar”.
— Buenas tardes, busco inquilinos con urgencia. Mejor si son estudiantes, incluso con mascotas. Lo importante es que paguen de inmediato un par de meses — dijo con firmeza a la recepcionista.
— Pase al quinto despacho, mi colega Ignacio la ayudará — respondió la chica con una sonrisa amable.
El agente inmobiliario organizó todo rápidamente.
— Tengo buenos candidatos, mañana mismo podrían instalarse. Solo falta firmar el contrato.
— Perfecto — dijo Andrea, estampando su firma con seguridad.
Media hora más tarde ya estaba frente a su departamento. La puerta la abrió Laura, con una bata colorida y ruleros en el cabello.
— ¿Andrea? ¿Por qué llegas sin avisar? No pareces tú… ¿Qué pasó?
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