
09/25/2025
Hace diez años, él causó un accidente que marcó a toda la ciudad. Su padre lo obligó a huir y vivir con la culpa en silencio.
Ahora, tras la muerte de su padre, regresa decidido a enfrentar sus demonios, pero el destino lo golpea con crueldad:
conoce a una chica en silla de ruedas, tan hermosa como inalcanzable…
sin imaginar que ella es la única sobreviviente del accidente que él provocó.
—Hace diez años hubo un accidente trágico en la universidad local —dijo con seguridad. No podía evidenciarse—. Necesito que investigues el nombre del fallecido o fallecida… —insinuó con suavidad—. Si hay culpables y todo lo relacionado al accidente. Te pido discreción.
Empezaba a entrever que se trataba de Priscilla.
Su asistente le miró con preocupación y apuntó en su libreta con calma, pero sus muecas lo delataron.
»¿Tienes algo que decir? —preguntó Brant cuando notó la incomodidad de su asistente.
—No sé si sea bueno que yo le hable sobre esto, Señor Heissman —dijo el hombre con temor y le ofreció una mueca.
—Hazlo —exigió Brant y le miró severo.
—Su padre me contrató para que asistiera sus necesidades, pero me pidió que jamás habláramos sobre esto…
—¡Cállate! —gritó Brant con la cara roja—. ¡Cállate! —repitió fúrico.
Respiró apurado para tranquilizarse, pero no podía. No podía creer lo que había hecho y la forma cruel en la que había vivido los últimos diez años. Había vivido como un asesino. Se lo repetía cuando se levantaba, antes de dormir y antes de subirse a un coche.
Se lo decía cada vez que podía. Se castigaba con ello, con los recuerdos y la forma en que su padre le había alejado de todo para que no fuera a prisión.
—Señor Heissman…
—Es ella, ¿verdad? —preguntó Brant con la voz temblorosa—. Es ella… dímelo… ¡dímelo! —exigió con descontrol.
El asistente le miró con pavor y, no vio al heredero fuerte y déspota de Heissman, vio a un niño asustado, intentando aceptar la culpa con la que había cargado por los últimos diez años.
Le dijo la verdad de la forma más silenciosa que pudo.
Cuando Brant entendió la verdad, se afirmó sobre sus rodillas para contenerse. Tenía ganas de vomitar, de llorar, de gritar. Tenía ganas de salir corriendo y no regresar jamás, pero toda sensación dolorosa quedó anulada cuando ella entró por la puerta.
Movía esa silla de emergencia con sus manos desprotegidas y se atrevió a ingresar a su cuarto cuando oyó sus gritos cargados de amargura.
—¡Brant! —exclamó ella, conmovida y se acercó para consolarlo.
No tenía idea de lo que estaba ocurriendo, pero se acomodó a su lado y tocó su mano para ofrecerle tranquilidad.
«La víctima consolando a su verdugo», pensó Brant y lloró desconsoladamente sobre su regazo…
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