09/27/2025
"Cuando los soldados irrumpieron con sus rifles en alto, el aire ya estaba cargado de alcohol y risas forzadas. No estaban irrumpiendo en una reunión secreta, sino en un planificado jolgorio, tal como el camarada se lo había propuesto el camarada. Y, al menos por esa noche, la prisión no apestó sino a coñac: sus rejas se cerraron sobre aquel a quien habían venido a buscar, mientras los demás se escabullían ilesos, su libertad comprada con vapores e ironía.
"Más tarde, en la prisión central de Ramala, el oficial de inteligencia israelí esperaría a que llegara el momento. Les gritaría a los soldados, por supuesto que les gritaría, por ser unos imbéciles, todos unos imbéciles, que no habían seguido las instrucciones, que no habían comprendido el más mínimo detalle de lo que se les había pedido hacer. La ira del oficial llenaba el pasillo, su voz rebotaba contra los muros de piedra.
"Y me pregunto si Abu Mazen todavía la escucha, la voz, no la suya, sino la autoridad rompiéndose contra sí misma. La confusión de los soldados que había hecho que algunos escaparan; la ira del oficial de inteligencia, negándose a liberarlos. ¿Seguirá resonando esa voz bajo las cortinas, las banderas presidenciales que se afanan por borrar la piedra? La prisión, rebautizada palacio, no puede remodelarse tan fácilmente. Lleva consigo residuos: gritos almacenados en sus paredes, puertas cerradas de golpe en la memoria, botas de firmes pisadas en las escaleras... archivo que ningún título es capaz de borrar.
"Pero es ese también el peligro, el atractivo mortal, de las pequeñas victorias: hacen que las grandes victorias parezcan posibles. Y, sin embargo, cuando resistimos, siempre queda ese residuo: fragmentos dispersos de triunfo, frágiles y fugaces, pero innegables. Engaños, astucia, pequeños sabotajes como gestos de guerrilla. Escombros de relatos que se deslizan en la memoria, alzados como trofeos en susurros, en bromas, en la risa repentina que estalla incluso bajo la sombra de un nuevo asentamiento y otro mártir."
Abdaljawad Omar. «La casa y la bestia»
Lo inquietante no es lo familiar que se ha vuelto extraño, sino la imposibilidad de distinguirlos.