11/08/2025
El día que me casé, mi mamá no fue. Dijo que no podía ver cómo su hija se arru¡naba la vida por un hombre que no valía la pen@. Me d0l¡ó tanto escuchar esas palabras que pasé días sin hablarle. Le pedí que lo pensara, que al menos me acompañara, que lo hiciera por mí, pero se n£gó. “No puedo sonreír mientras te entregas a alguien que no te resp£ta”, me dijo con los ojos llenos de lágr¡m@s. Yo lo tomé como una tr@¡ción, no como una advert£ncia.
Ese día caminé al altar sintiendo un v@cío en el pecho. Todos aplaudían, pero por dentro yo solo pensaba en ella. Aun así, sonreí, f¡ngí felicidad, y me prometí que haría de ese matrimonio algo bueno. Quería demostrarle a mi madre que estaba equivocada, que mi amor era diferente, que él cambiaría. Pero no lo hizo.
Los primeros meses fueron soport@bles: pequeñas discus¡0nes, silencios largos, repr0ch£s disimulados. Luego vinieron las of£ns@s, los gr¡tos, los empuj0n£s. Me hacía sentir que no valí@ nada. Me alejé de mis amigos, de mi familia, incluso de mí misma. Tenía m¡edo de aceptar que mi madre había tenido razón. M¡edo de volver derrotada a su casa con la palabra “frac@so” escrita en la frente.
Una noche, después de una discus¡ón que se salió de contr0l, hice lo que había jurado no hacer: me fui. No me llevé casi nada, solo mi dignidad, que apenas me quedaba. Llegué a la casa de mi madre sin avisar. Cuando abrió la puerta, no dijo una palabra. Me abrazó tan fuerte que me desarmó. No hubo reproches, ni preguntas. Solo silencio y amor.
Esa noche entendí lo que no había querido ver: que una madre no necesita tener razón para perdonar, solo necesita ver a su hija a salvo. Hoy, después de todo, sigo sanando, paso a paso, aprendiendo que el amor nunca debe dol£r, y que a veces quien más te du£le es quien más quiso protegerte.
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