10/07/2025                                                                            
                                    
                                                                            
                                            Han pasado 13 años de su pronta y repentina partida. Y lo que muchos no saben es que antes de la nominación al Oscar… antes de que el mundo viera sus ojos llenos de lágrimas y sus manos que sanaban…  
Michael Clarke Duncan cavaba zanjas en las calles de Chicago.
Era enorme. Poderoso.  
Pero dolorosamente tímido.
Su madre —quien lo crió sola— siempre le decía:  
“Tu tamaño es un regalo… pero tu ternura, esa es tu verdadera fuerza.”
Durante años trabajó en la entrada de clubes nocturnos, custodiando celebridades.  
Protegía cuerpos… mientras soñaba con tocar almas en la pantalla grande.
Pero nadie creía en él.  
“Demasiado grande”, decían.  
“Demasiado tierno”, decían.
Hasta que un día… Bruce Willis lo vio llorar.  
No fue en escena. No fue ensayado. Fue verdad cruda.  
Y en ese instante, Bruce encontró a su John Coffey.  
El gigante amable que parecía un monstruo… pero solo quería ayudar.
Michael lloró en cada escena.  
Pero no estaba actuando.  
Estaba recordando —las palabras de su madre, los juicios, el peso de ser malinterpretado.
“Ser fuerte no significa devolver el golpe.  
A veces, significa mantenerse en pie sin quebrarse.”
Cuando falleció en 2012, el mundo no solo lamentó su partida…  
Lamentó su dolor.
Porque a veces, los hombres más grandes… son los que mejor saben escuchar.  
Y a veces, un gigante no necesita rugir.  
Solo necesita que alguien crea en él.