09/20/2025
Cuando tenía apenas un mes en una empresa, entré como pasante por seis meses. Todo era nuevo para mí: las rutinas, los compañeros, y sobre todo el trato con mi jefe, que era un hombre muy sociable. Un viernes, me invitó a una reunión en un restaurante-bar y me dijo con confianza: “Vas a conocer a las parejas de los jefes, trae la tuya”. Yo entendí literalmente lo que me dijo, así que invité a mi novia. Esa noche fue agradable: entre copas, risas y anécdotas de oficina, lo jefes con tres mujeres jóvenes. Yo no pensé nada raro.
La sorpresa llegó ocho días después. Me volvió a invitar, pero esta vez dijo: “Vamos a hacer una reunión con nuestras esposas, tráete a tu pareja”. Otra vez llevé a mi novia. Entramos confiados al restaurante, pero cuando llegamos me quedé helado: las mujeres que había conocido la semana anterior no eran las mismas. Eran completamente distintas.
Mi novia me apretó fuerte la mano debajo de la mesa, y con una sonrisa nerviosa me susurró: “Cuidadito que algún día me vayas a hacer esto a mí”. Yo solo asentí, incómodo, porque no sabía ni cómo reaccionar. El ambiente fue extraño: las esposas hablaban entre ellas como si nada, mientras mi novia y yo cruzábamos miradas de incredulidad.
Esa noche, al salir, mi novia me reclamó en voz baja: “¿Tú sabías de esto?”. Yo le dije que no, que me había sorprendido tanto como a ella. Fue un camino a casa silencioso, donde cada uno iba masticando lo que había visto. Al día siguiente, en la oficina, todo parecía normal, como si nada hubiera pasado. Mi jefe nunca mencionó lo de las reuniones, ni hizo comentarios.
Yo terminé mis seis meses de pasantía, cumplí con todo lo que tenía que hacer y salí de la empresa. Nunca dije nada de lo que vi, pero la escena quedó grabada en mi memoria.