08/30/2025
*** UN MOMENTO DE REFLEXION / SIN LLORAR ***
Cuando tenía 13 años, éramos tan pobres… pero tan pobres que me daba vergüenza ir a la escuela.
En los recreos, mientras todos sacaban sus manzanas, sus galletas, sus tortas, sus desayunos…
Yo solo tenía aire en las manos y un estómago rugiendo de hambre, siempre fingía que no tenía apetito, fingía que estaba ocupado con un libro.
Pero por dentro… dolía y todo eso hubiera quedado como un secreto más de mi infancia.
Si no fuera por ella...
Un día, sin decir nada, una niña se acercó y me tendió medio bocadillo.
No supe qué decir. Me dio vergüenza. Pero lo acepté.
Al día siguiente volvió a hacerlo.
Y al siguiente también.
A veces era pan, otras una manzana, otras un trocito de pastel hecho por su madre.
Yo comía despacio, como quien alarga un milagro.
No recuerdo si le dije “gracias” en voz alta, pero dentro de mí… le agradecí cada día.
Hasta que un día ya no estaba.
El profesor dijo que su familia se había mudado.
Y nunca la volví a ver. Me dolió mucho, porque fue la única que había visto mi hambre.
La única que no miró hacia otro lado, la única que me hizo sentir que no era invisible.
- Pasaron los años. Me hice adulto.
Guardé ese recuerdo como una cicatriz dulce y dolorosa al mismo tiempo.
25 años después…
La vida me devolvió la escena de una forma que me puso la piel de gallina.
Ayer, mi hija llegó de la escuela con su lonchera vacia y me dice de pronto:
—“Papá, mañana ponme dos desayunos por favor.”
Me sorprendí:
—“¿Dos? Si nunca te terminas ni uno.”
Ella me miró seria, sin titubeos:
— “Es que en mi clase hay un niño que no comió nada hoy. Y le di la mitad de mi desayuno y mañana quiero volver a compartir.”
Me quedé helado.
En ese instante vi a aquella niña de mi infancia reflejada en los ojos de mi hija.
Como si la bondad no hubiera desaparecido, solo hubiera esperado el momento de continuar su camino.
Quizá nunca vuelva a encontrarla, quizá ni siquiera me recuerde, pero lo que me dio, ese pedazo de pan y de humanidad, siguió vivo, primero en mí, y ahora en mi hija.
Salí al balcón y miré el cielo.
Con el corazón encogido, las lágrimas asomando, entendí que la bondad nunca se pierde, que se hereda, se contagia, se multiplica y que a veces, un simple pedazo de pan puede sostener el alma de alguien para toda la vida.
No llores, nada más acuérdate...
- Di que lo viste en Picosa Radio