
10/13/2025
Una mujer poderosa empuja a un niño a un charco, pero la marca de nacimiento en su mano la deja atónita...
Habían pasado cinco años desde que el mundo de Isabella Reed se derrumbó.
Su único hijo, Liam, había sido secuestrado frente a su casa en Beverly Hills cuando tenía cuatro años. La policía no encontró nada: ni rescate, ni rastro. Durante cinco años, Isabella buscó sin descanso, ofreciendo millones en recompensa, pero cada pista terminaba en desamor. Finalmente, enterró su dolor bajo capas de trabajo, poder y perfección.
En una tarde tormentosa en el centro de Manhattan, Isabella bajó de su Rolls-Royce blanco frente a Le Verre, un exclusivo restaurante donde se reunía la élite de la moda. Vestida con un impecable traje blanco de diseñador, era la imagen de la riqueza y el control.
Al acercarse a las puertas de cristal, la ciudad bullía de paraguas y luces intermitentes. De repente, una pequeña figura apareció rápidamente frente a ella: un niño, de unos nueve años, empapado en agua de lluvia, con la ropa rota y sucia. Agarraba una bolsa de papel con sobras, cogidas de las mesas que la gente acababa de abandonar.
Antes de que ella pudiera reaccionar, resbaló y chocó contra ella. Salpicó agua sucia, manchando su falda blanca.
El aire se congeló.
Isabella bajó la mirada, con furia en los ojos. "¡Mira por dónde vas!"
El chico tartamudeó: "Lo... lo siento, señora. Solo quería la comida..."
Su voz era cortante como el hielo. "¿Te das cuenta de lo que has hecho? ¡Este atuendo cuesta más que tu vida!"
La multitud en el restaurante se giró. Algunos susurraron, otros levantaron sus teléfonos. En el caos, Isabella perdió los estribos. Empujó al chico, y este cayó de espaldas en un charco.
Se oyeron jadeos. Las cámaras hicieron clic. La multimillonaria que construyó su imagen de "elegancia y gracia" ahora era grabada empujando a un niño sin hogar.
Pero en ese instante, algo le heló el corazón. En la muñeca izquierda del niño había una pequeña marca de nacimiento en forma de medialuna, idéntica a la de Liam.
Parpadeó con fuerza, conmocionada por primera vez en años.
El niño no lloró. Simplemente levantó la vista, tranquilo y temblando.
"Lo siento, señora", susurró. "Solo como lo que queda... Solo tengo hambre".
Luego se dio la vuelta y se alejó bajo la lluvia, desapareciendo entre la multitud.
Esa noche, Isabella no pudo olvidar la mirada en sus ojos, ni esa marca... Continúa en los comentarios 👇