09/28/2025
El Perfume del Dragón
Nadie sabía su verdadero nombre. En el reino de las criaturas ocultas lo llamaban “El Loco del Perfume”.
No era humano del todo, tampoco bestia. Su aspecto era extraño: alas deshilachadas como de mariposa vieja, ojos que cambiaban de color con la luna, y un s**o hecho de hojas secas y cartones. Habitaba en una esquina olvidada de la ciudad de los hombres, entre bolsas y desechos, cerca de un contenedor de basura.
Cada amanecer, mientras los niños jugaban y los adultos lo miraban con burla o lástima, él realizaba su rito secreto: sacaba un pequeño frasco de cristal —a veces lleno, a veces apenas con unas gotas— y se rociaba con perfume.
El aire se impregnaba de un aroma imposible de describir, como si los bosques antiguos y las aguas de sirenas hubiesen decidido mezclarse en un solo aliento.
—Hoy huele a esperanza —decía, agitando sus alas marchitas.
Los niños lo observaban con curiosidad; algunos animales fantásticos —zorros de humo, pájaros de cristal, un pequeño dragón azul— solían acercarse a escuchar sus palabras.
Un día, una joven hechicera llamada Clara se detuvo frente a él.
—¿Por qué siempre perfume? —preguntó con dulzura.
El Loco sonrió, mostrando colmillos diminutos y brillantes.
—Porque lo que huele bonito… atrae cosas bonitas.
—¿Y qué puede salvar un simple aroma? —insistió ella.
—Un olor bonito puede salvarte la vida. Cuando dormía en refugios de gigantes, si olías a podredumbre, las sombras te devoraban. Pero si olías como alguien digno, las criaturas oscuras no se atrevían a tocarte.
Clara entendió entonces que aquel “loco” no era cualquiera. Era un sabio disfrazado de mendigo, un sobreviviente de guerras mágicas, un maestro que había perdido su reino.
Movida por la compasión, Clara pidió ayuda a los dragones del norte y a los unicornios del bosque. Pronto le llevaron un traje de plata, un báculo adornado con diamantes, y hasta un lugar en la Gran Biblioteca de Cristal, donde los sabios estudiaban la historia de los mundos.
El día de su regreso a la dignidad, antes de cruzar las puertas de la Biblioteca, abrió su frasco más gastado, dejó caer unas gotas sobre su cuello y susurró:
—Ahora sí. Huele a comienzo.
Con el tiempo, se convirtió en maestro de jóvenes centauros, elfos y humanos. Enseñaba historia, pero también dignidad.
En una lección, un dragón pequeño preguntó:
—¿Qué fue lo más difícil de vivir en la calle de los hombres?
Él respondió, con voz grave y serena:
—Mirarme al espejo y oler a nadie.
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🌟 Moraleja:
La dignidad es un perfume invisible: quien la conserva, aunque viva entre ruinas, nunca pierde su esencia