
10/08/2025
—> Ladran, Sancho, señal que cabalgamos: la caída de ChatGPT expuso a la humanidad.
La herramienta, guste o no, ha cambiado por completo la forma de trabajar, de estudiar, de crear y de vivir.
Fue apenas una caída técnica. Unas horas, tal vez menos. Pero bastó para que se desatara un espectáculo memorable: el del ridículo. No el de los usuarios genuinamente productivos que, ante la falta de ChatGPT, buscaron alternativas como Claude, Gemini o Grok para seguir trabajando, sino el de esa fauna predecible de comentaristas frívolos que salieron a burlarse. Una turba de tuiteros con escasez de dopamina, de “pensadores” sin ideas, que festejaron con memes y sarcasmo barato la interrupción de una herramienta que, guste o no, ha cambiado por completo la forma de trabajar, de estudiar, de crear y de vivir.
Porque lo cierto es que lo ocurrido no es una tragedia, sino una señal magnífica: la humanidad, al menos una parte, ya cruzó el umbral de la productividad aumentada por inteligencia artificial (IA). Y eso es irreversible. Cuando millones de personas se paralizan porque la herramienta que usan todos los días dejó de funcionar, eso no es debilidad. Eso es evidencia empírica de adopción masiva, de integración funcional, de dependencia saludable. Porque si algo te ahorra horas de trabajo inútil, ¿no es racional depender de eso?
Lo verdaderamente extraordinario es que, en vez de colapsar, gran parte de esos usuarios migró enseguida a otras plataformas, porque ya no se trata de un juguete nuevo, ni de un experimento. Se trata de un hábito de trabajo, de una herramienta instalada en el centro de la productividad moderna. Y ese hábito habla de una adaptación veloz y de orientación a resultados.
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