08/07/2025
Rejo y Espuela
La Ilusión Perdida (cuento)
Carlos Mantilla
Sabina era una empleada pública jubilada, que provenía de una humilde familia de uno de los barrios que rodean a Rubio.
En los años siguientes, parece que la vida le sonrió para siempre, cuando leyó en la prensa nacional, el listado del arreglo de sus prestaciones. Sin embargo, no sabía los problemas que le esperaban, cuando le dijo a su mejor amiga, de ahora en adelante seré como los buenos vinos, que mejoran con el tiempo.
Estaba convencida, que cada momento de su vida, es el último momento y cada momento vivido es un renacimiento. De ahora en adelante, no habrá ni pasado ni futuro; solo el eterno presente decía.
Se dio cuenta que la ilusión de pensar en el futuro, le servía solo para escapar del miedo que sentía por la muerte. Con la cartera llena de dinero, producto de sus prestaciones, se fue a Caracas en busca de un cirujano plástico; se hizo una liposucción de muslo y vientre.
Se levanta los senos y los glúteos, se afina la nariz, se inyecta botox en los labios, se borra las patas de gallo. Se engrapa el estómago para comer menos y se extirpa dos costillas para adelgazar la cintura.
Con sus muchos años a cuestas, se hizo a la idea de que era la joven de 29 años que representaba. Al regresar a Rubio, quiso experimentar la vida que otras personas jóvenes realizaban y que le parecían más felices, fue el comienzo de una carrera desenfrenada, por conseguir sensaciones nuevas, pensando que se sentiría como ellas y así poder llegar a la plenitud de su vida.
Quiso retroceder en busca de lo perdido, pensando que siempre hay una segunda oportunidad para el que sabe esperar. Decía que saber esperar es vivir. Sin darse cuenta que esa esperanza es el más venenoso de los sentimientos que puede albergar en su corazón una mujer.
Al pasar el tiempo, se sintió abrumada y deprimida, tenía dificultad para dormir y comer, atormentada por anhelos que ni ella misma entendía, y que por otra parte era incapaz de sosegar.
Se comportaba como si aún fuera, lo que una vez fue, pero sabiendo que ya no lo es. Al transcurrir el tiempo, en un viernes por la noche, empezó su desgracia, en una famosa licorería, detuvo su carro y comenzó a libar licor. Al poco tiempo, le llegó la euforia, se tornó más comunicativa, afectuosa y suelta. Comenzó a hablar con dificultad, llegando al primer grado de embriaguez.
Luego sigue bebiendo, hasta no reaccionar a ningún estímulo, empezó a respirar con dificultar y se tornó de un color morado por la falta de oxígeno, vomitó en estado de inconsciencia, aspirando su propio vomito murió por asfixia.
Al llegar la policía, notaron en su mirada fija e inalterable, como si quisiera revivir aquella juventud a la cual no regresaría jamás.
Porque el error fundamental de Sabina consistió en querer permanecer encerrada en el limbo de los sueños y las ficciones, donde muchas veces la mente es capaz de dar a luz fantasmas alucinantes, que luego atormentaran sin piedad a quien los engendró.