20/05/2025
“Me tocó ser fuerte, cuando solo quería que alguien me abrazara”
Nadie te prepara para esos días en los que tienes que sonreír con el alma hecha pedazos. En los que debes seguir trabajando, cocinando, cumpliendo con todo… mientras por dentro estás gritando. A veces la vida te pone en el papel de fuerte, no porque lo seas, sino porque no queda de otra. Y así, entre silencios y responsabilidades, uno aprende a cargar lo que otros no ven.
Hubo días en los que me senté en el borde de la cama con el corazón cansado, deseando que alguien llegara y me dijera: “No tienes que hacerlo solo.” Pero nadie llegó. Así que me levanté otra vez, como tantas otras, y seguí. Porque cuando tienes hijos, cuentas por pagar o personas que dependen de ti, no siempre puedes permitirte caer.
Aprendí a llorar en silencio, a orar entre suspiros, a sostenerme con lo poco que me quedaba. Me hice fuerte a la fuerza. Pero también descubrí algo hermoso en ese proceso: que la fuerza no siempre es dureza, a veces es ternura que no se rinde. Es seguir amando, ayudando y creyendo, aunque tú mismo estés roto.
Con el tiempo entendí que Dios fue ese abrazo que tanto pedía. Que en cada momento en que creí que no podía más, hubo una mano invisible que me sostuvo. Y aunque no siempre lo vi, ahora sé que no caminé solo. Que esa fortaleza que parecía mía… venía de Él.
Así que si hoy te sientes al límite, solo quiero decirte esto: no estás solo. Ser fuerte no significa que no duela. Significa que, a pesar de todo, sigues de pie. Y eso, amigo, amiga… es algo que muy pocos logran.