02/11/2025
El niño que soporta la disciplina puede darse cuenta de que su castigo es justo, que lo merece; pero quizá no capta que es administrado con amor. Los cristianos muy a menudo tienden a pasar por alto el valor disciplinario de las vicisitudes difíciles, y ese descuido los priva de preciosas lecciones que de otra manera podrían aprender. Con demasiada frecuencia se resienten porque Dios permite que les sobrevengan esas dificultades, y se quejan de su suerte.
Es por eso que, todo lo que nos ocurre en la vida está bajo el control “del Señor”; nada puede sucedemos a menos que lo permita el Altísimo. Dios nunca ha sido el autor del sufrimiento y del pesar, aunque a veces puede permitir que pasemos por ellos.
La sucesión de instrucciones contenidas en los Heb 12:5-11 se centra en la relación padre-hijo, y llega a su clímax con el anhelo del padre de que su hijo aprenda ciertas lecciones necesarias para que tenga éxito en la vida.
El propósito de la disciplina es hacer una impresión. “ disciplina que no produce gran impresión, no sirve para un propósito útil.
Un discípulo que desmaya nunca se graduará de la escuela de la experiencia. El que se descorazona y se siente inclinado a darse por vencido, recibe la invitación de dirigir sus ojos a Jesús y meditar en el Señor. Por sobre todo debe recordar que Dios no está enojado con él, sino que lo ama como un padre amoroso y está tratando de ayudarlo para que aprenda una lección muy necesaria. Frecuentemente lo que nos hace difícil la vida es la actitud que adoptamos frente a la disciplina, y no ésta.