24/10/2025
“Ana se quedó helada: su colega Sergio recibía el premio que ella realmente merecía”
Ana, 32 años, estaba de pie en la sala de juntas de la oficina en Guadalajara. Alrededor, los aplausos resonaban mientras Sergio sonreía, recibiendo el premio a “Empleado destacado del proyecto”. Ana sentía que el corazón le latía con fuerza, un calor mezclado con rabia y frustración recorriéndole el pecho. Ella sabía la verdad: había sido quien había planificado cada detalle, recolectado datos, anticipado riesgos y organizado las reuniones. Sergio solo había aparecido en los momentos estratégicos, asegurándose de que los jefes lo vieran como el héroe del proyecto.
—Felicidades, Sergio —dijo uno de los directores—, tu liderazgo en este proyecto fue ejemplar.
Ana respiró hondo, tratando de contener las lágrimas de impotencia. Cada aplauso era un recordatorio de la injusticia, y cada sonrisa de Sergio le hacía hervir la sangre.
Recordó las semanas anteriores, cuando el proyecto comenzó. Sergio aparecía constantemente, ofreciendo “ayuda”: revisar reportes, mejorar slides, organizar reuniones con clientes. Al principio, Ana aceptó su apoyo, pensando que mantener la armonía y la colaboración era lo correcto. Pero poco a poco, notó un patrón: cada vez que se acercaba un logro, Sergio se adelantaba para mostrarlo a los jefes, y su contribución era olvidada.
Ana comenzó a prestar más atención: los emails estratégicos que Sergio enviaba, las llamadas que recibía de los clientes, la forma en que siempre se colocaba frente a la junta cuando había buenas noticias. Todo estaba calculado. Cada gesto amable de él, cada “te ayudo con esto”, no era más que un movimiento para ocupar el centro de atención.
Hoy, viendo a Sergio recibir los aplausos, Ana sintió que no podía quedarse callada más. Respiró hondo y dio un paso adelante.
—Sergio —dijo, con la voz firme pero temblorosa—, este proyecto es un esfuerzo de todo el equipo, pero mi trabajo ha sido ignorado. No puedes llevarte todo el crédito.
Un silencio absoluto llenó la sala. Todos los ojos se fijaron en ellos. Por primera vez, la sonrisa confiada de Sergio se borró. Ana sintió un extraño alivio al saber que había alzado la voz, aunque la incomodidad no desapareciera del todo.
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