08/12/2025
Si eres un consumidor habitual de contenido educativo, de historia, ciencia o arte, habrás notado que tu página de inicio ya no es la biblioteca solemne y ordenada que solía ser. Ahora se ha transformado en algo más parecido a un casino. Para los creadores que han pasado la última década construyendo los pilares de la educación digital, el mensaje que el algoritmo ha enviado en los últimos dos años ha sido claro y brutal: «No queremos tu profundidad, queremos su adicción».
🚨 PERO ANTES QUE NADA, ES IMPORTANTE QUE VEAS ESTE VÍDEO: https://youtu.be/J1R1GH7Pbyo
Estamos presenciando un cambio de paradigma que amenaza con extinguir el formato divulgativo reposado tal y como lo conocemos. Durante años, YouTube se vendió a sí mismo como el refugio del contenido de larga duración, la televisión del siglo XXI donde uno acudía para aprender sobre Roma, física cuántica o filosofía. Sin embargo, en su desesperación por competir con la hegemonía de TikTok, la plataforma parece haber traicionado su propia esencia, cambiando las reglas del juego de una manera que penaliza el rigor y premia el ruido. Una lástima. Investigaciones recientes y análisis de datos del sector sugieren que, especialmente desde mayo de 2024, se implementó un ajuste técnico drástico en las métricas de recomendación. El sistema ha dejado de priorizar la satisfacción del usuario para obsesionarse con la retención extrema.
Antes, un vídeo bien documentado de 40 minutos que se consumía con calma era recompensado. Hoy, el algoritmo premia el ritmo frenético, el corte de edición cada dos segundos y el estímulo visual constante. Detrás de las quejas de numerosos creadores de contenido educativo se esconde una evolución preocupante: YouTube persigue, ante todo, que la gente pase el mayor tiempo posible en su plataforma, maximizando la atención cautiva para vender publicidad.
El problema radica en que el algoritmo ha dejado de distinguir entre tiempo de calidad y tiempo simplemente cautivo. Como señalan varios informes, invertir más minutos viendo un vídeo no siempre equivale a que ese tiempo sea valioso. Sin embargo, el sistema favorece cualquier contenido que mantenga al espectador pegado a la pantalla, como si estuvieras en una rueda de hámster, incluso si se logra mediante tácticas sensacionalistas.
Sin embargo, es importante matizar que el formato largo no ha mu**to por completo, sino que ha mutado. Aún se sigue encontrando contenido de calidad premiado por el algoritmo, pero suele ser casi exclusivamente contenido de máxima actualidad, política o geopolítica. El sistema favorece la urgencia y la polémica del «ahora» frente a la reflexión atemporal. Lamentablemente, este incentivo ha provocado un efecto secundario tóxico: también ha hecho que exploten canales de salseo y contenido magufo. Al priorizar la retención narrativa sobre el rigor, la plataforma impulsa vídeos que disfrazan fábulas alarmistas de análisis geopolítico, permitiendo que la desinformación y las teorías de la conspiración prosperen simplemente porque son adictivas y generan debate inmediato.
Este cambio técnico es sintomático de un fenómeno cultural más amplio: la «TikTokización» de la sociedad. La introducción de YouTube Shorts fue la respuesta directa de Google al formato de vídeo ultracorto y desplazamiento vertical infinito de su rival chino. Diversos informes y análisis indican que una parte significativa de los usuarios de YouTube ya combina distintos formatos dentro de la plataforma —vídeos largos, Shorts, directos o podcasts—, lo que muestra que YouTube ha dejado de ser únicamente un repositorio de vídeos extensos para competir también en el terreno del contenido breve y del entretenimiento inmediato.
El usuario que antes dedicaba quince minutos a entender la Revolución Francesa o la Fotosíntesis ahora ha sido reentrenado por la plataforma para consumir treinta vídeos de treinta segundos. La dopamina ha ganado la batalla. Estudios recientes, incluidos metanálisis revisados por la Asociación Estadounidense de Psicología, muestran que el consumo repetido de contenido digital altamente estimulante puede deteriorar la atención sostenida y el procesamiento profundo. La exposición continua a estos estímulos favorece mecanismos de habituación, llevando al cerebro a responder cada vez menos a actividades cognitivamente más exigentes. No es casualidad que el Diccionario Oxford eligiera el término «mental rot» («pudrición mental») como palabra del año 2024. Se define como el deterioro del estado intelectual por el consumo excesivo de material trivial. En términos llanos, nos estamos volviendo menos tolerantes al esfuerzo mental sostenido. En YouTube, esto se traduce en que hay que tratar al espectador como si tuviera serios problemas de atención: simplificar al máximo, evitar cualquier pausa reflexiva y bombardear con estímulos.
La plataforma ha bajado el interruptor del conocimiento para subir el volumen del ruido. Cuando YouTube probó funciones como el «modo carrusel» para vídeos largos, imitando el swipe de TikTok, no solo cambió la experiencia de uso, sino que diluyó su identidad original. YouTube está olvidando una verdad fundamental: una plataforma se mide por el valor que aporta, no solo por las horas que te mantiene pegado a la pantalla en un estado de semi-hipnosis.
A este escenario de atención fragmentada se suma una saturación artificial del mercado. Desde 2023, y exacerbándose en 2025, el ecosistema se ha inundado de lo que los expertos llaman faceless channels (Canales sin rostro). No hablamos de creadores tímidos, sino de granjas de contenido automatizado. A finales de 2025, una parte enorme del contenido que consumimos en redes sociales ya no está creado solo por personas: la inteligencia artificial se ha convertido en un motor silencioso que escribe, diseña y produce buena parte de lo que vemos cada día, hasta el punto de que distinguir lo humano de lo sintético es ya, para millones de usuarios, prácticamente imposible. Mientras un divulgador artesanal tarda semanas en crear una pieza única, estos nuevos actores utilizan inteligencia artificial para generar guiones mediocres en segundos, clonar voces sintéticas y montar vídeos con imágenes de stock o generadas por IA. Producir basura cuesta muy poco; producir una buena pieza cuesta sueldos, tiempo y dedicación.
El resultado es la aplicación de la ley de Gresham al contenido digital: «La mala moneda expulsa a la buena». El nicho educativo se ha saturado de «vídeos chatarra», datos morbosos sin contexto (o directamente inventados) y miniaturas sensacionalistas que ahogan el trabajo legítimo. Cuando la plataforma no distingue —o no le importa distinguir— entre un vídeo hecho con pasión humana y uno generado por un script en cinco minutos, el creador artesano se vuelve económicamente insostenible.