09/06/2025
El tercer hijo no llega con la misma ceremonia.
No hay baby shower con globos dorados, ni fotos en blanco y negro del ultrasonido pegadas en la nevera.
No hay cuadernos de embarazo, ni listas eternas con "lo que necesita un recién nacido".
Con el tercero ... uno ya sabe que el alma se prepara más que la casa.
Y aun así, llega con fuerza.
Sin pedir permiso.
A meter las manitas donde pueda.
A desordenar rutinas y el corazón.
Desde la panza ya se siente distinto.
Y desde que abre los ojos, sabe que no tiene la exclusividad.
Hay otro pequeño que lo mira de reojo, que inspecciona al "nuevo", ese que vino a compartir todo: los juguetes, los abrazos... y el amor de mamá y papá.
Y entre besos babosos, mordidas a escondidas y empujones disimulados, empieza el caos más hermoso: la hermandad.
La risa triple.
La guerra de carritos.
Las carreras descalzas por el pasillo.
Los gritos, los celos... y los abrazos que lo curan todo.
El tercer hijo hereda ropa, cuna, cuentos con las esquinas rotas.
No conoce el silencio, ni la atención absoluta, ni los horarios ordenados.
Pero conoce el amor compartido.
Y se convierte, sin saberlo, en maestro de resiliencia.
Aprende a esperar, a observar, a defender su lugar.
Y yo...
yo aprendí a soltar.
Con él dejé el perfeccionismo, el control, el miedo a "hacerlo mal".
Descubrí que el corazón no se divide, como
tanto temía...
Se expande.
Se multiplica.
Se vuelve más suave, más fuerte, más sabio.
Porque no hay primer lugar ni segundo.
Hay momentos.
Hay instantes únicos con cada hijo.
Y cada uno viene a enseñarte algo que no sabías que necesitabas.
Con el primero aprendí a ser madre.
Con el segundo... a disfrutarlo.
Y con el tercero que el amor de mamá es infinito